Fuentes de agua y fauna :
            En la Sierra de Aitana podemos encontrar numerosas
                fuentes que, desde siempre, han contado con una gran estima por
                la calidad de sus aguas. En las cercanías de algunas de
                estas fuentes se han instalado mesas y bancos para los numerosos
                visitantes que acuden en busca de tranquilidad y descanso. Muchas
                veces se encuentran con otra cosa bien distinta: ruidos, bullicio
              y demasiada gente. 
            
              
                |  Radares
                      militares en lo alto de la Sierra de Aitana. 
                                    Foto
                    : Raúl González | 
            
            Estas “invasiones” por parte de ciudadanos (en
                todos sus plenos derechos de hacerlo) de puntos concretos de
                nuestros parajes, traen consigo otros problemas como son la acumulación
                de basuras y el riesgo de incendios forestales, complejos y costosos
              en cuanto a su prevención y a su solución. 
            Otros espacios naturales (incluso declarados como
                protegidos) soportan el mismo problema. Quizá se podría
                ofrecer al ciudadano que quiere salir a pasar el día al
                campo con su familia, lugares para hacerlo más próximos
                a sus domicilios (generalmente grandes poblaciones) con lo que
                evitaríamos varios problemas (reducción de tráfico,
                contaminación y accidentes). También podrían
                ser puntos que no tengan un valor biológico excepcional
                y que las visitas excesivas alteran su frágil equilibrio
                ecológico sino lugares que, con pequeñas inversiones,
                pueden ofrecer las mismas condiciones para el esparcimiento y
                que podrían ocupar áreas que ahora resultan de
                escaso interés. 
            Junto a uno de los bosquetes de pinos, observamos
                  con nuestros prismáticos a una de las joyas aladas que
                  esconde la Sierra de la Aitana. En uno de los altos cortados
                  rocosos, donde lanzan sus peculiares gritos las chovas piquirrojas,
                  aparece el roquero rojo ( Monticola saxatilis , para los científicos),
                  un ave que, según recogen los libros de ornitología, “se
                  encuentra, típicamente, en prados alpinos pedregosos”.
                  La visión, excepcionalmente prolongada según
                  nuestras notas de campo de años anteriores, de esta
                  bella ave nos anima, ya que es una de las especies que más
                  deseábamos observar. 
            
              
                |  Roquero rojo  (Saxicola monticola)
 Foto : Toni Zaragozí
 
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            Muchas aves están vinculadas, de una forma
                u otra, con las montañas. Algunas encuentran en las áreas
                montañosas sus lugares ideales para vivir, otras las prefieren
                para buscar alimento y otras como puntos idóneos para
                su reproducción. La tradicional tranquilidad y soledad
                de estos agrestes parajes ha permitido la supervivencia de estas
                especies y no sólo de aves, sino de otras muchas formas
                de vida. Con la mejora de los accesos a nuestras montañas,
                a menudo se han visto truncados estos procesos biológicos
                vitales para la perdurabilidad de las poblaciones animales. La
                lista de problemas es extensa y por citar algunos de ellos podríamos
                hablar de la caza ilegal de especies amenazadas de extinción
                (como es el caso de las aves rapaces diurnas y nocturnas), la
                mal llamada “tradicional” captura de fringílidos (a este
                grupo pertenecen el verderón o el verdecillo, por ejemplo),
                molestias a aves en época de cría por visitantes
                y escaladores, sustitución de la vegetación autóctona
                por otras más rentables económicamente (para algunos,
                claro) y, como dramático gran problema, los incendios
                forestales a los que nuestros paisajes (y algunos de nuestros “paisanajes”)
                son muy aficionados.